editorial
La información de la que disponemos nos convence de que es imposible la victoria de una revolución verdadera sin la unidad del pueblo, además de que éste la debe impulsar apoyado en organización, ideas, programa, fuerza, solidaridad internacional. Si es que se concibe una revolución, como obra de los explotados y los oprimidos, éstos deben unirse para luchar por su emancipación.
La Revolución Cubana, para muchos, un modelo de lo que deben hacer nuestros pueblos y países, según su máximo dirigente, hubiera sido imposible sin la unidad que a los revolucionarios cubanos les costó construir.
Simón Bolívar, que también sabía mucho de revoluciones, durante la guerra de la primera liberación de nuestros pueblos y países, dijo que hacía falta unión para asegurar la victoria de los patriotas en esa gesta de la que el pueblo (comprendidos los destacamentos armados) fue el protagonista: en nuestro caso, en las guerrillas liberadoras que constituyeron las republiquetas, territorios liberados, también en lo que ahora es Santa Cruz.
La desunión de los originarios, en lo que ahora es México y en lo que en este momento es Bolivia y Perú, facilitó la invasión de los españoles y la consiguiente dominación colonial. Esa fue una derrota de los indígenas, de alcance estratégico, para decirlo con el verbo de Fidel Castro.
Procesos transformadores, como la Revolución del 9 de abril de 1952 en Bolivia, acabaron con el triunfo de un golpe de estado, el que se abrió paso, entre otras cosas, porque las fuerzas motrices de ese proceso se habían dividido y siguieron conductas distintas y hasta enfrentadas. Es decir, la alianza de clases de los movimientistas (obreros, campesinos, capas medias y burguesía nacional) fue fracturada y ese fue el principio del fin de esa revolución democrática y burguesa boliviana, plebeya dirá uno de los protagonistas y estudiosos de ese proceso revolucionario, en cuyo inicio (la insurrección popular) derrotó y destruyó al Ejército de la rosca minero-feudal. Ese hecho le hizo decir a Fidel Castro, en su defensa política y jurídica (resumida en La historia me absolverá), posterior al asalto al Cuartel Moncada (1953), que los revolucionarios cubanos aprendieron del pueblo boliviano (“de mineros…”) que era posible derrotar al Ejército, en las condiciones de nuestros países y pueblos, en los años 50 del siglo XX.
Durante el gobierno de Juan José Torres, en diez meses, se recuperaron los recursos mineralógicos explotados hasta ese momento por empresas transnacionales que operaban en Matilde, Bolívar, colas y desmontes de Catavi-Siglo XX. Torres, por esas medidas patrióticas, recibió respaldo del pueblo, tanto que desde el campo popular algunos, así como ciertos uniformados hablaron de la unidad del pueblo con las Fuerzas Armadas, lo que en la realidad se demostró imposible porque, debido a los intereses materiales que defendían unos y otros, los trabajadores desconfiaban de los militares (incluido el Gral. Torres) y éstos temían que los insurrectos los derroten e incluso destruyan los instrumentos armados, como en 1952. No fue posible la unidad proclamada pero jamás construida entre pueblo y militares, en ese período en el que, entre otras cosas, hubo militantes de izquierda y sindicalistas avanzados que creían que tal era el ascenso de las masas bolivianas que se había constituido en Bolivia la dualidad de poderes, como sucedió poco antes de la victoria de los bolcheviques en Rusia (1917).
La imposición de las dictaduras militares y fascistas, así como la duración de éstas en el ejercicio del poder, es otra evidencia de la falta de unión suficiente de nuestros pueblos para impedir su triunfo de los golpistas primero, y enfrentar después, a los que sí son enemigos mortales de los trabajadores y los empobrecidos.
En el gobierno de la UDP, al comienzo de su mandato, trabajadores mineros, especialmente, aportaron con dinero (mitas), parte de su salario, para la construcción de lo que se esperaba sean los cimientos de una nueva sociedad, sin que en ese momento se hable del socialismo, como ocurre ahora. Pronto la gente del pueblo entendió que, en especial, las medidas económicas desplegadas por el gobierno de entonces eran fondomonetaristas, en tanto, que los gobernantes trataban de hacer creer que esas líneas de política económica eran “la salida popular a la crisis”; es decir, así como ahora, entonces se mentía al pueblo o se callaba que es lo mismo que mentir. Hubo otros factores, pero la falta de unidad del pueblo con ese gobierno y, luego, el enfrentamiento de los empobrecidos con los gobernantes fue uno de los factores fundamentales que acabó con esa tentativa democrática y popular, esto es, con reformas de algún contenido avanzado; algunas de esas medidas eran muy parecidas a las que ahora se ejecutan.
La unidad democrática, popular y revolucionaria que se articuló, preponderantemente de manera espontánea (poco o nada organizada), al menos al inicio, fue uno de los factores esenciales que generó el alzamiento o insurrección popular inconclusa de octubre de 2003 y que acabó con el gobierno neoliberal de Gonzalo Sánchez de Lozada, es decir, de los empresarios criollos y transnacionales. Sin esa unidad, creemos, que hubiera sido imposible tumbar a ese régimen, así como debemos admitir que esa unidad (en mucho unidad en la acción, unidad táctica en parte y unidad de alcance estratégico en ciernes) fue insuficiente como para generar un gobierno de veras democrático, popular y revolucionario. Por eso decimos que el alzamiento de alteños y paceños (2003) fue inconcluso, porque como graficó un docente de la UMSA, entonces los alteños pusieron los muertos y las capas medias aportaron los ministros encabezados por otro representante de las capas medias: Carlos D. Mesa Gisbert.
En este tiempo del presidente Juan Evo Morales Ayma, que gobierna con y para los propietarios medianos, en alianza con empresarios criollos y transnacionales, precisamente, por los intereses en disputa, en vez de unir al pueblo, lo divide; antes que aportar a la organización política y sindical de los trabajadores, se la deteriora y destruye con presión y prebenda mediante; la educación política es una ausencia lamentable, porque a los gobernantes les basta contar con una masa de votantes obedientes; las ideas revolucionarias no circulan entre los que creen que protagonizan una revolución democrática y cultural, a pesar de que lo hay ahora son reformas que corren el riesgo de perder su contenido avanzado; incluso la solidaridad internacional ya no es tan caudalosa como antes porque nuestros pueblos constatan, entre otras cosas, que el Presidente boliviano proclama los derechos de la tierra y cuando se trata del TIPNIS hace lo contrario de lo que discursa.
Para dominar: los esclavistas dividieron a los esclavos, los latifundistas separaron a los siervos, los burgueses buscaron (y buscan) el enfrentamiento entre obreros, en lo que fue el socialismo también se enfrentaron entre los constructores de esa nueva sociedad o entre países y pueblos de lo que fue el campo socialista (esto último sucedió por factores internos y/o por acción del imperialismo).
El Presidente boliviano se lleva la flor, rodeada de espinas, por su comportamiento divisionista de los llamados movimientos sociales. La división del pueblo es un síndrome provocado (enfermedad) que le afecta en Bolivia, es decir, desde el Palacio Quemado se hace todo lo contrario de lo que necesita un proceso de cambios. Allí no se entiende que éstos son imposibles con el pueblo dividido.
El principal gobernante ha definido a sus socios y a sus aliados, así como se equivoca al situar a sus enemigos. Con los empresarios establece acuerdos de los que los patrones ganan como pocas veces o como nunca ocurrió en Bolivia. Con los empresarios medianos la alianza de Morales marcha como sobre rieles y los que más ganan de ese entendimiento, también, son los empresarios medianos, en perjuicio de los intereses regionales, populares y plurinacionales. La economía boliviana tiende a privatizarse y la alianza política de los gobernantes es con los poseedores medianos que tratan de convertirse en grandes, como señala una regularidad o ley de la economía capitalista.
Ante ese panorama sombrío, a Evo Morales hay que decirle, sin cansarnos, que la división del pueblo es un accionar contrarrevolucionario.