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Miguel Sandóval Alderete o el amigo de muchos

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De sábado a sábado 494

Remberto Cárdenas Morales  

1.

Digo Miguelito,

del siglo pasado,

surge una respuesta:

amigo al cuadrado.

Ni antes ni ahora, en un pueblo como Vallegrande u otro, he conocido una linda persona como Miguel Sandóval Alderete (Miguelito). Amigo de muchos, de casi todos los del pueblo (Vallegrande), donde no nació, pero aquel pueblo era como si hubiera sido su tierra natal. Él llegó a la vida en Lagunillas, el 29 de septiembre de 1930, cerca de Trigal, hacienda de sus progenitores. Amigo que no fallaba a los suyos, ni a sus familiares, ni aunque soplen fuerte los vientos (Roberto Carlos) en dirección contraria a sus propósitos.

En una de las campañas electorales, de tiempos de la UDP, estuvimos en trincheras opuestas y hablamos todo ese tiempo, en los caminos de la provincia y en los sitios de recepción de votos. No parecía hijo de latifundista: Francisco Sandóval Aguado, su padre, y mi padrino de bautizo; Sofía Alderete Carrasco, su madre. A sus medios hermanos: Herminia y Ali Sandóval Carrasco, los trataba con el cariño de los que son del mismo linaje, incluso el momento de repartir la herencia de sus padres. Con certeza, añado, que no tuvo ni medio enemigo.

Con mi hermano Juan y la esposa suya, Puri, estudiaron en el mismo colegio, el Manuel María Caballero (Rojas) y, mientras estudió en Vallegrande, vivió en la casa de sus compadres Zenón Cárdenas Robles y Paulina Morales Flores

Miguelito era amigo sin pausas, de todos los días. Sus amistades y compadres aparecían cada vez en Lagunillas para descansar, comer y tomar ambrosía, entre otras cosas. Pocas veces habría pagado pasajes Lagunillas-Vallegrande y viceversa: sus amigos lo transportaban gratis.

Él tomaba té con singani San Pedro o Tres Estrellas, así como curaba con mentisán una sinusitis que padeció durante años.

2.

Profesor del campo

de mucho pulmón,

que estudió a la postre

con resolución.

Fue profesor en Lagunillas (entre Mataral y Trigal), hasta su jubilación. Ahora aquella escuela lleva su nombre, lo que nos y me alegra. Fue improvisado como profesor, requerido por la reforma educativa de 1956, del tiempo de la Revolución Nacional. También dio clases en el centro minero Atocha, cerca de Tupiza.

Estudió en el Instituto Superior de Educación Rural de Tarija (el conocido ISER) y en la Normal Rural “Bautista Saavedra” de Santiago de Huata, orillas del lago Titicaca, y próxima de Achacachi. Esos cursos le ayudaron a su profesionalización como profesor del agro, tiempo en el que era muy marcada la separación entre profesores urbanos y rurales. Ocurría entonces que profesores del campo se convertían en profesores urbanos, pero sólo por excepción sucedía lo inverso. Miguelito, más tiempo dio clases en su natal Lagunillas y allí conocía a sus alumnas/os y a los papás de ellas/os, y su modo de ser le facilitaba la llegada a sus alumnos, y éstos encontraban en su profesor al amigo que en esos lugares se requerían mucho más que en las ciudades.

Lo vi al profesor Miguel Sandóval Alderete: al aire libre en clases de educación física, de agricultura y de pecuaria, entre otras. Los profesores de ese tiempo, en el campo, fueron los precursores de los actuales educadores polivalentes.

Ejerció como Inspector del distrito educativo de Vallegrande, entre 1978-1980. Asimismo, fue Director de aquel servicio en Santa Cruz (el actual SEDUCA).

En ese tramo Miguelito acrecentó el número de sus amigos y compadres, en el valle: además de Lagunillas (los abuelos la llamaban Holguín y, a éste, La Banda (o al otro lado del río) y Cochabambita, Tucumancillo, Trigupampa, Pampa Redonda, Muyurina, El Trigal, Llulluch’a, La Aguada, San Juan del Chaco, Moromoro... Los amigos del profesor Sandóval Alderete también se extendieron a Comarapa, Saipina, Pulquina, Mataral, Pampa Grande, Los Negros, Mairana, Samaipata…

3.

Pasaba en el pueblo,

viajero incansable,

en toda visita

hable-hable y hable.

Miguelito, novio, llegaba cualquier momento a Vallegrande en un caballo de color bayo, bañado en sudor, ante lo que sus amigos y compadres le preguntaban si no estuvo a punto de que su cabalgadura se inmovilice por el galope (“calmar” caballos, se decía allí). Ese fue su transporte para ir a visitar a la novia: Adela Barrancos Cruz. Varias veces ese bayo, brioso, comió maíz y tomó agua en la casa de mis padres, compadres de Miguelito, al que hacían notar, quienes lo conocían más, que él era rico en amigos y compadres, lo que era rigurosamente cierto. Fue, también, rico en mujeres, afirmo, de lo que hablaría en mis memorias, si las escribo, o en una adenda a esta nota. Disculpen la omisión y/o acepten la discreción.

Los que lo conocimos bien y muy bien recordamos que él visitaba Vallegrande, después de su matrimonio con Adela. Llegaba al pueblo y aunque hubiera estado la semana anterior, visitaba a sus amigos y compadres. Desde arriba hacia abajo: entre otros, a su compadre Segundo Cruz, a su compadre Cándido Sandóval (cuando estaba en el pueblo, pues, era chofer), a su compadre Manuel Eid, Lorgio Sandóval (Serrucho), a su tía Mery, a sus compadres Zenón y Paulina y, al menos, a su cuñado Alberto Barrancos Cruz, luego de que en el pueblo se apagaba el servicio de luz eléctrica.

Miguelito, luego de que se despedía de sus amistades, en Vallegrande, decidía quedarse, para prolongar su estadía, entonces reiteraba sus saludos como si hubiera vuelto de Lagunillas.

A los vallegrandinos con los que su relación no fue cercana, Miguelito les saludaba desde la puerta de la calle. Esos saludos y más ofrecía nuestro entrañable amigo mientras vivió en Lagunillas. En Santa Cruz —aquí residió los últimos años de su existencia fecunda— hacía algo equivalente con sus amigos y compadres que, como él, se habían trasladado a esta capital, sólo que a menor escala, quizá por las distancias que ya eran largas en esta ciudad.

Varias veces, en las conversaciones que escuché -—paticipé de varias de esas tertulias con mis padres y Miguelito, siempre con la mediación comedida suya— el amigo y compadre hablaba de las cuestiones cotidianas y de problemas del país y del departamento. Creo que Miguelito era un comunicador, un juglar en ese tiempo no tan lejano. Murió por un infarto cardiaco, hace 23 años, el 22 de julio de 1985.  

4.

Sus intimidades

él las propagaba,

al ser descubierto

nunca las negaba.

Nuestro amigo, que motiva este texto, contaba intimidades suyas con la naturalidad del agua de vertiente, por tanto, también frescas. Se comunicaba con sus contertulios, así como confirmaba algún rumor sobre él, casi siempre sin rodeos. Para todo eso nuestro amigo vivía informado. Tenía conocimiento de sus amigos, compadres y de otras gentes, pero no siempre propagaba secretos. Así se hacía acreedor de otros secretos que guardaba, como decían nuestros mayores en el pueblo: los secretos tienes que llevarlos a la tumba.

5.

Como se va a Suiza

esta mi comadre,

lleve estos zapatos

de este su compadre.

Me dolió mucho aceptar que mi mamá haya decidido ir a vivir a Suiza, con mi hermana María Teresa. Sin embargo, vine a despedirme de ella, que viajó con una amiga, una inmigrante, hacia el país europeo (Suiza).

Horas antes de ese viaje, Miguelito, apareció para despedirse de su querida comadre Paulina. Antes de hacerlo, salió de la casa de mis sobrinos, hijos de Ana, y volvió con un par de zapatos negros que le entregó a mi madre. Comadre, lleve estos zapatos, como recuerdo de su compadre Miguel, a un país tan lejano, como Suiza, le dijo a mi mamá. Nunca más se vieron estos dos compadres que se quisieron tanto.

Esa generosidad de Miguelito, con mis papás y con otras personas, era frecuente. Por eso se empobreció, lo que no era frecuente entre personas de similar procedencia social de nuestro queridísimo amigo.

Mi padre se comportaba como dueño de las pertenencias de Miguelito, en Lagunillas y Cochabambita, con la autorización de su compadre. Otro rasgo de la personalidad de nuestro amigo invariable.

El amigo y compadre creía, como en ningún otro santo, en San Antonio (de Lagunillas). Mi padre la ponía de cabeza a una réplica pequeña de aquel San Antonio, para que haga aparecer, por ejemplo, una vaca extraviada, al estilo de lo que dice una canción (San Antonio… “puesto de cabeza”). Luego de que dejé de visitar ese lugar acogedor, la fiesta de aquel Santo se convirtió en la más importante (“sonada”) de la región (el 13 de junio).  

6.

Compadre Zenón

es mi confidente,

ni el menor secreto

le traspasa un diente.

Entre Zenón Cárdenas Robles y su compadre Miguel, se hacían concesiones, sin duda. Más aún, guardaban secretos el uno del otro. Un día le pregunté a Miguelito: cuál era el hijo que mi padre tenía en Lagunillas y quién era la mamá. Nuestro amigo, al que no le faltaban recursos, sin negar ni confirmar, me respondió que iba averiguar y que me contaría muy pronto. Nunca me llegó la respuesta, por lo que jamás me sentí defraudado.

Mi papa Zenón tenía como segunda, y a menudo como primera residencia, Lagunillas-Cochabambita. Vivía en estas dos localidades, mejor que en Vallegrande, en la que residía nuestra familia. Mi padre decía que el clima del valle (Lagunillas-Cochabambita), le aliviaba el reumatismo que sufrió hasta su deceso. Además, en el valle trabajaba hasta sudar la camiseta (como se dice en el fútbol), tanto que supongo que así quemaba calorías, lo que contrarrestaba la diabetes que, lo más probable, es que tuvo. Hacía o recogía leña para el consumo de la familia en el valle, tanto que hubo reserva de ese “combustible”, cuando estuvo allí mi padre. Con parte de esa leña, Adela, atizaba el horno en el que hacía cocer el pan, el que casi nunca faltaba.

7.

Querido por muchos

sin medio enemigo,

siempre generoso,

con todos-conmigo.

Esta copla resume otro de los rasgos de Miguelito: su generosidad sin límites. En este aparte sólo destaco una actitud suya. Un día (1966) les contó a mis papás que yo fui elegido secretario de Gobierno del Centro de Estudiantes del Colegio Manuel María Caballero, el más antiguo de la capital de provincia. Mis padres no se habían enterado de ese modesto acontecimiento, a pesar de la proximidad, entonces, del establecimiento educativo con nuestra vivienda. Mis papás lloraron de alegría, aunque me hicieron notar que estuvo mal que no les hubiera contado el hecho. Miguelito llevó la noticia a sus compadres, a pesar de que el derrotado en esas elecciones fue un sobrino político suyo.  

8.

Hijos y sobrinos,

a mí me acogieron,

Adela y Victoria

pan a mi me dieron.

Mis pocas vacaciones las tuve en la casa de los Sandóval Alderete, de Miguelito, especialmente. Allí ayudé, pocas veces, en labores agropecuarias, lo que a mis huéspedes les parecía que allí yo era un visitante que estaba para jugar y descansar.

No obstante, realicé las actividades citadas. Los hijos de Miguelito estaban chicos y otros eran lactantes. Hablo de Freddy (Chichín), Iver Luis (Mi Cumpa), Sofía Nárdin (Tita), María Aydeé (Chichina) y Carlos Alberto (El Hombre Bueno, como le decía mi papá). Vivió, en la casa de Miguelito, además, una sobrina suya, hija de su hermana Yolanda, Wilma, la que se trasladó a Camiri, me dijeron familiares que nunca más supieron algo de ella. Francisco Sandóval Alderete, hermano menor de Miguelito, vivìa esos años en La Paz. También los hijos de Calixto, hermano de Miguelito: Francisco (El Sobrino, que trabajaba como chofer entre Santa Cruz y Montero), Eva, Pedro, Leoncio (también mi Cumpa), Sergio, Samuel y José, vivían con sus papás en Lagunillas, cuando yo frecuentaba esos lugares. Nos hicimos “compadres” o “cumpas” con Leoncio e Iver Luis porque fuimos padrinos de “bautizo” de guaguas de pan, en ocasión del Día de Almas, bajo conducción de Adela; ayudada por su hermana Ruth Barrancos Cruz y como cura postizo, Pedro Sandóval Arteaga.

Crecí con ellos y disfruté de su generosidad, en días o en semanas, que bastaban. Ya en ese período advertía que importaba el cuánto, pero mucho más la calidad del trato que recibía: la fraternidad, en suma. Miguelito era el abanderado de ese gesto inmenso.

Adela y doña Victoria Arteaga, esposa de don Calixto Sandóval Alderete considero que me colmaban con atenciones y con las tres comidas del día. De estas atenciones las autoras materiales eran las esposas de los dos Sandóval Alderete, pero siempre lo definí a Miguelito como el autor intelectual de esa acogida. Y lo digo sin merma para ninguno de ellos.

Este recordatorio es para no olvidar a los Sandóval Alderete, a sus esposas, a los hijos del uno y del otro. A Miguelito, sobre todo, profesor de una escuela no formal y para la vida; además, el centro de la casa de Lagunillas, en la que aprendí tanto, lo que me ayudó en mi formación.

Gracias, gracias, gracias Miguelito, aunque de esta confesión sólo apunten sus familiares, a los que siento míos también.

Santa Cruz de la Sierra, 27 de mayo de 2018.

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