Y dale con los transgénicos
viernes, 5 de junio de 2020 · 00:10
Hace 15 años que se empezó a permitir en Bolivia los cultivos transgénicos. La idea original fue de Sánchez de Lozada, a quien la Madre Tierra nunca le importó nada. Pero los gobiernos siguientes siguieron avanzando en esa línea, incluido el de Evo Morales (pese a su novedosa afirmación de que “los derechos de la Madre Tierra son más importantes que los derechos humanos”, una brillante formulación totalmente vacía de contenido”).
La primera autorización fue para la soya, un cultivo sabidamente rentable y exportable. ¿La ventaja? La principal, el posible uso del famoso Glifosato, un herbicida muy eficiente que con menos gastos facilita el cultivo de la soya y lo hace más rentable, pero por supuesto a costa de la Madre Tierra. Y como en Bolivia sigue habiendo mucha selva virgen y en general abundancia de territorio (per cápita), pareciera no importar que cada año se vaya perdiendo tierra cultivable por el uso de transgénicos. Y como se pudo comprobar su rentabilidad, se abrió paso al cultivo transgénico de otros productos exportables (desde el algodón y el maíz hasta la caña de azúcar y el arroz).
Desgraciadamente, el actual gobierno, que debiera limitarse a preparar y organizar elecciones generales (su única función como gobierno transitorio), se está metiendo en todo lo que no debe, desde la introducción de la Biblia en Palacio de Gobierno, hasta el manejo arbitrario de los aviones de la Fuerza Aérea. Pero el peor de sus errores —ambientalmente no sólo sería un error sino un delito— es la multiplicación de productos transgénicos.
Y la indiscutible rentabilidad financiera de los cultivos transgénicos (que por supuesto beneficia a unos pocos, como los socios de la Cámara Agropecuaria del Oriente) nos va a dejar en relativamente poco tiempo sin tierra cultivable, desgracia que todavía no se nota por la alegría con que el actual gobierno (como antes el de Evo Morales) autoriza el desmonte y cultivo de cada vez más porciones de selva virgen.
Podemos afirmar que se trata de un crimen que en un plazo más o menos corto nos va a dejar sin tierras cultivables y va a causar cada vez más desastres ambientales. ¿Y nuestro país, inicialmente bendecido por su variedad de condiciones climáticas y la posibilidad de practicar todos los cultivos imaginables? El país a la CAO no le importa, y a la mayor parte de la empresa privada tampoco. Lo que resulta difícil de creer es que tampoco les importe a sus sucesivos gobiernos.
Parece que quisiéramos aprender de Brasil, cuyo presidente Bolsonaro nunca tuvo ni siquiera conocimiento de lo que significa el cultivo de transgénicos. En el fondo prefieren no saber nada, y sólo piensan en rentabilidad a corto plazo, por supuesto a cambio de destruir la Madre Tierra.
¿Y habrá alguna de las actuales candidaturas que garantice supresión de cultivos transgénicos? No lo parece. Ni la sociedad civil ni el Estado parecen encontrarse preocupados. Y cuando todos nos demos cuenta de que los transgénicos son a la larga más perjudiciales que el coronavirus, probablemente será tarde. ¡Ojalá me equivoque!
*Es miembro del Colectivo Urbano por el Cambio (Cueca) de Cochabamba.
(Publicado en el periódico Página Siete el 5 de junio de 2020)