Ernesto Ayala Mercado
(...) Lo dicho basta y sobra para demostrar que estamos –a pesar de sus limitaciones– en presencia de una revolución consumada. Y esa revolución empezó –se anota en el "Programa Ideológico de la Central Obrera Boliviana– "como un simple golpe de Estado rápidamente transformado en insurrección victoriosa por la presencia irreductible de obreros, campesinos y sectores empobrecidos de la clase media". Sin embargo, la presencia activa de las masas –que, sin duda, es decisiva para la suerte final de toda insurrección– no es suficiente para explicarnos la inmediata conversión del golpe de Estado en insurrección triunfante. Bajo el dominio de la oligarquía y en repetidas ocasiones, en efecto, las clases laboriosas se han sublevado; han combatido y muerto; han terminado por entregar la victoria a sus enemigos de clase, y han vuelto a caer en el marasmo y la servidumbre. Por lo tanto, sin la concurrencia de otros "factores", la intervención de las masas podía también quedar reducida al "nivel de una simple demostración de fuerzas", sin contenido social ni trascendencia histórica alguna.
Conviene señalar, pues, esos otros "factores". Recordemos que la revolución es un proceso y que, por tal razón, está sometida a "leyes". A dichas "leyes", como se sabe, suele agrupárselas en las llamadas condiciones "objetivas" y "subjetivas". Ahora bien, ¿cuáles fueron esas "condiciones" que permitieron la victoria nacional y democrática de abril? Sin que sea propósito nuestro analizarlas exhaustivamente pueden reducirse ellas, a las siguientes:
a) La crisis total del sistema monopolista –a consecuencia de la segunda guerra mundial que aflojó, en todos los continentes, los lazos de su dominación y determinó el ascenso revolucionario de los países coloniales y semicoloniales en escala universal;
b) La decrepitud prematura y la incapacidad crónica de la oligarquía minera y latifundista para asegurar niveles normales de vida a la inmensa mayoría del pueblo y su política final de masacres periódicas de obreros y campesinos;
c) La debilidad y podredumbre de los partidos de la oligarquía –incluyendo al PIR– que acentuaron su papel de agentes del capital extranjero y la masonería;
d) La descomposición del viejo ejército "rosquero" que impuso su tiranía armada y se convirtió en verdugo;
e) El carácter particularmente explosivo del problema minero y el carácter revolucionario y popular de la cuestión agraria;
f) La radicalización acelerada de obreros. campesinos y sectores pobres de la clase media expresada a través de huelgas, amagos subversivos, manifestaciones de protesta, etc.; y,
g) El peso político efectivo del proletariado minero y fabril en la relación de fuerzas sociales.
He ahí –en términos generales– los principales cimientos "objetivos" en los que se apoyó el edificio insurreccional boliviano. Merced a ellos la victoria nacional de abril se elevó –finalmente– a la categoría de revolución consumada Mas, se precisó aún de una otra condición "subjetiva" básica e inexcusable: la existencia de un partido revolucionario. Un partido que encarne –en un momento dado– los intereses vitales de la nacionalidad postergada y con suficiente visión para orientarse en los trances definitivos. Ese partido fue el Movimiento Nacionalista Revolucionario.(1)
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La intervención apasionada y la creciente participación de las masas confirieron a la revolución de abril –desde un principio– caracteres fundamentalmente "populares" y "nacionales". Desde luego, ella no fue ni es una revolución burguesa. En Bolivia no existe –en absoluto– una burguesía capacitada para acaudillarla y las posibilidades de su realización –en la escala nacional latinoamericana– concluyeron con Simón Bolívar, que fue su más ilustre teórico y ensayista. Y ella no fue ni es –asimismo– una revolución socialista. El socialismo como tal requiere de una técnica y una economía altamente desarrolladas; además, por sus métodos de lucha, la revolución boliviana se inició y se realiza –como observaremos luego– por medio de una alianza de clases oprimidas en la que el proletariado –a medida que el proceso gane en extensión y profundidad asume, con igual ritmo, el papel de vanguardia (2). En tal virtud, la definición sociológica abstracta –revolución burguesa" o "revolución socialista"– aplicada a la revolución de abril, sólo conduce al vacío. No agota, en efecto, las posibilidades de su desarrollo ni muestra con suficiente claridad su mecánica interna. Sin embargo, dado que en los países atrasados la cuestión colonial deviene nacional, hemos de convenir que su esencia ideológica es –antes que nada– la de un nacionalismo revolucionario, esto es, un nacionalismo de autodefensa y liberación económica y política de toda clase de opresión". Por eso, la revolución boliviana, sin ser burguesa ni socialista, participa de ambas y ha creado un Estado popular, nacionalista y revolucionario como directa expresión de los intereses de obreros, campesinos y sectores pobres de la clase media.
No obstante, el Estado popular nacionalista y revolucionario, que –como ya advertirnos en la primera parte del presente trabajo– surge a consecuencia de revoluciones aisladas en cada una de las "republiquetas" latinoamericanas, en el fondo no es otra cosa, que un reagrupamiento de carácter provisional entre el segmento liberado de la nación inconstituída y el capital extranjero. Por consiguiente, su destino puede ser tal que, o se integra en el ámbito del Estado nacional latinoamericano, a través de un largo proceso de sacrificios y vicisitudes internas o cae –finalmente– bajo el pesado fardo de la desventajosa relación internacional de fuerzas.
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Acabamos de anotar que la insurrección de abril adquirió, desde los momentos iniciales, caracteres fundamentales y "populares" y "nacionales". Antes de pasar adelante y con el propósito de evitar confusiones, quizá sea necesaria una breve explicación de las mismas. La insurrección de abril fue y es "nacional" en cuanto supo incorporar a su cauce impetuoso a la inmensa mayoría del país. Y fue y es "nacional" en cuanto –merced a esa activa y vehemente incorporación– planteó, como ya está dicho, la inmediata solución de las tareas nacional-democráticas de su revolución. Pero esos caracteres no significaban ni significan que ella constituya una categoría diametralmente opuesta al tipo de revolución que suele darse y se da en las sociedades burguesas demoradas. No; en las condiciones de declinación mundial del capitalismo la revolución o es socialista –países metropolitanos– o es burguesa y socialista al propio tiempo –países coloniales y semicoloniales– mas, "nunca únicamente popular, vale decir, pequeño-burguesa" (Trotsky). La revolución de abril como hecho social, pues, es un resultado de la lucha de clases; pero, un resultado condicionado por el pasado histórico y por la relación internacional de fuerzas que sobre ella gravitaban y gravitan. Precisamente, de ese pasado histórico y de esa relación internacional de fuerzas han surgido los rasgos peculiares, que –dentro de lo que tiene de general y común con el mundo colonial y semicolonial– la distinguen en su desarrollo particular y concreto.
Ahora bien, la revolución de abril se realizó y se desarrolla hasta hoy, a través de un frente nacional de clases oprimidas y postergadas por el capital extranjero. Así, el MNR constituye la expresión política de obreros, campesinos y sectores pobres de la clase media, unidos solidariamente en la lucha nacional y democrática contra la oligarquía y el imperialismo. Es cierto que en las sociedades contemporáneas, los partidos políticos sólo pueden representar a una clase y nunca a dos y tres, Pero tampoco es menos cierto que en los países atrasados –en los cuales subsiste el problema nacional– la revolución adquiere contornos tales, que excluyen la posibilidad de su iniciación mediante partidos únicos, inexistentes o inoperantes. ¿Hay contradicción en ello? Creemos que no. La cuestión estriba en enfocar a la revolución en los distintos momentos de su desarrollo. En este sentido, el partido que acaudille políticamente al frente nacional estará llamado a la transitoriedad en la lucha, o lo que es lo mismo, conservará esa calidad mientras que una de las clases asuma la dirección total del proceso, acabando –en consecuencia– con las contradicciones internas y con la "dualidad de poderes" que supone toda revolución consumada. En la primera parte del presente opúsculo y en oportunidades anteriores, hemos señalado ya las razones que justifican –a juicio nuestro– la tesis precedente. No necesitamos, pues, reiterarlas en su integridad. Sin embargo, será necesario recordar que a diferencia de las metrópolis –donde la lucha por el poder se da entre clases únicas con partidos políticos provistos de ideología propia y unitaria– en los nuestros, la lucha se plantea entre la nación postergada en marcha multitudinaria hacia su liberación y las oligarquías antinacionales y colonialistas, en decrepitud. En consecuencia, hay aquí ausencia de vanguardias políticas únicas y el gesto revolucionario se traduce –irrevocablemente– en un frente policlasista...
En nuestro país, en efecto, hasta la guerra del Chaco no existieron partidos políticos en la acepción moderna de la palabra, es decir, partidos políticos que traduzcan los intereses fundamentales de las clases que integran la estructura de la sociedad boliviana. Por eso, justamente, los partidos del frente de la oligarquía –conservador, liberal, republicano, social-democrático, PIR, etc.– , fueron y son apenas, pequeños sectores de la clase dominante, subvencionados y dirigidos por ella para garantizar –desde abajo o desde arriba– el régimen opresivo de la misma. Totalmente divorciado de las masas y sin raíces populares, en las últimas décadas de este siglo, se sobrevivieron a sí mismos, forjando "alianzas partidistas", inclusive con los agentes de la izquierda imperialista ("Concordancia", "Unión Democrática Boliviana", "Unidad Nacional", etc.). Y en lo que se refiere a los partidos "obreristas" –PSOB, PS, POR, etc.– jamás pasaron ellos de la categoría de pequeños cenáculos de agitadores que pretendieron vanamente suplantar los intereses históricos del proletariado, con fórmulas esquemáticas y consignas importadas. Saltaron a la vida política prematuramente podridos y su corta trayectoria puede sintetizarse en esa "triste historia de una infamia política" que fue el PIR. En la extrema debilidad e inmadurez de las fuerzas sociales –paralizadas en su etapa larvaria por los siglos de colonialismo económico y servidumbre política que hemos vivido– se ha de encontrar la explicación más general de este aparentemente raro e innegable fenómeno.
* Qué es la Revolución Boliviana, Ed. Burillo, 1956.
(1) "El triunfo del MNR –ha escrito V. P. E.–, se debió a que es un partido del proletariado, del campesinado, la clase media y la pequeña burguesía, que buscaban trnsformaciones, gracias a la conciencia que habían adquirido. Tiene importancia este hecho porque los trabajadores, en la lucha social dentro de un país semicolonial como es Bolivia, no estaban solos. Logró en su lucha conquistar a todas las clases oprimidas con la conciencia de la liberación nacional, lo que prueba el triunfo en las elecciones del 51". El pensamiento revolucionario de Paz Estenssoro, pág. 20.
(2) Sobre la influencia de la clase obrera en el frente nacional de la revolución boliviana, dijo V. P. E.: "Compañeros, ésta es la era del pueblo con una influencia decisiva de las organizaciones de trabajadores, la influencia directriz de los sindicatos. El gobierno que hoy en día tiene el poder en las manos, es un gobierno de trabajadores, campesinos, de gentes de la clase media y pone todo el poder del Estado al servicio de los trabajadores, al servicio de las inmensas mayorías bolivianas". Ob. cit., pág 30. Y previniendo el recelo de las capas superiores de la clase media, también expreso: "La burguesía y la pequeña burguesía no deben tener miedo a los planteamientos de los obreros y los campesinos porque cada cual hace planteamientos en proporción a sus sufrimientos, pero esos planteamientos se realizarán dentro de las posibilidades históricas de Bolivia. Que no se asusten porque los obreros y los campesinos son sus mejores aliados". Ob. cit., pág. 25.
En: Memoria de la Conferencia Internacional: Revoluciones del siglo XX Homenaje a los cincuenta años de la Revolución Boliviana. Tenemos pechos de bronce ...pero no sabemos nada. La Paz, PNUD / FES-ILDIS / Plural editores, 2003. pp. 312-315