De sábado a sábado 397
Remberto Cárdenas Morales*
Una asamblea de estudiantes, de la universidad estatal cruceña, condenó la masacre de la noche de San Juan (Siglo XX, 1967) y con una marcha se manifestó la solidaridad de ese agrupamiento estudiantil con los familiares de los caídos y con los asalariados del subsuelo.
La FUL de la casa de estudios, pública y autónoma, convocó a esa asamblea, la que se realizó el 24 en la tarde, a pocas horas de los hechos luctuosos, y luego de las fogatas de la noche anterior, las que también se realizaban allí, a pesar de que el frío no era invernal: en ellas se quemaban los “cachivaches” viejos.
Sin que mermen las diferencias ideológicas y políticas, y menos las contradicciones entre el bloque de Falange Socialista de Bolivia (FSB), respecto de los militantes de izquierda, que éramos una minoría, presidió la asamblea el máximo ejecutivo de la FUL dirigente falangista, que después fue Ministro de Educación de Hugo Banzer Suárez.
Entre los pocos militantes de izquierda, en Santa Cruz, teníamos evidentes diferencias, pero en ese lapso descubrimos que era más fuerte lo que nos unía. (Los militantes de izquierda, en la U cruceña estatal: del PRIN, MNR, Marxistas Independientes, PCML y jóvenes del PCB, integrábamos el Bloque Universitario Popular).[1]
Esta referencia importa porque el momento que los asambleístas salíamos a la marcha, otro dirigente de lo que era el Frente Autonomista Universitario (FAU), rama universitaria de Falange, un cura Garabito, pidió audiencia para decir: Compañeros universitarios, no tenemos por qué realizar la marcha decidida aquí, aquel lío es entre collas, pues, que se maten entre ellos.
La respuesta de los concurrentes fue una silbatina y gritos que callaron al intruso el que, además, en ese momento vestía una sotana blanca (de Maryknoll).
La marcha se realizó en silencio y concluyó con un: ¡Gloria a los caídos en la noche de San Juan!
La confesión del cura Garabito es un ejemplo de las contradicciones entre estudiantes universitarios y la expresión de lo que ocurría en la sociedad cruceña, en la que en ese período mirábamos el “despegue” del capitalismo dependiente y atrasado, especialmente, con la explotación de petróleo y la quema del gas natural el que, en ese tiempo, no era utilizado debido a que no se contaba en Bolivia con la tecnología ni el conocimiento para hacerlo.
Cabe recordar, asimismo, que la empresa estadounidense Gulf Oil Co., que explotaba el hidrocarburo, fue favorecida para la extracción de petróleo y en sus operaciones encontró gas natural, de cuya riqueza no sabíamos los bolivianos.
Fue larga la lucha del pueblo, de la que participamos los universitarios, para que la empresa Gulf “devuelva”, a los bolivianos, la propiedad inalienable sobre el gas natural.
A horas de la masacre de San Juan la información de la que se disponía sobre esos hechos sangrientos era limitada.
Sin embargo, la situación política y social (incluida alguna circulación de ideas), tenían como una cuestión ineludible: La Guerrilla de Ñancahuazú, de la que se leía lo que publicaban los medios y los rumores cotidianos debido, también, a la vecindad geográfica de Ñancahuazú con la capital cruceña.
Sin embargo, entre universitarios corría la información de que los mineros organizaban una reunión ampliada, para discutir, entre otros temas del sector, la solidaridad material y quizá política con la guerrilla, de la que se suponía, en algunos grupos, tenia al Che como jefe supremo.
En la Facultad de Derecho, de la Universidad Gabriel René Moreno, la mayoría de los estudiantes y algunos docentes registrábamos los enfrentamientos y otras acciones de aquella guerrilla, de invasores extranjeros, decían los militares y los gobernantes.
En Derecho, asimismo, anotábamos las violaciones de las garantías constitucionales en Bolivia, que afectaban cada vez más a bolivianos y a residentes de otras nacionalidades.
En las aulas universitarias y en los pequeños círculos políticos de entonces en Santa Cruz, se discutían las vías de la revolución y las formas de la lucha, el papel del internacionalismo de la todavía supuesta procedencia de los combatientes guerrilleros o la intromisión de extranjeros en la lucha que debíamos emprender los bolivianos, entre otros temas.
No obstante, la lectura de la realidad boliviana de ese período nos permitió un amplio aprendizaje, el que se advirtió incluso mayor entre los jóvenes.
A propósito de los extranjeros en la guerrilla del Che, de cuya participación empezamos a enterarnos, la confrontábamos con dos injerencias inocultables en nuestros asuntos internos: militares yanquis, los boinas verdes, entrenaban a los efectivos del Ejército boliviano (en el Regimiento Manchego de Montero-Guabirá) y los militares de los países vecinos, por imposición de los gobiernos suyos y por el de Estados Unidos, sin ocultar nada, definían un cerco a Bolivia para aplastar a la guerrilla, con tres meses en nuestro país, considerada un mal ejemplo para la región y para el mundo, según el discurso predominante de esa etapa.
Entre los jóvenes y entre los universitarios de la capital cruceña se entendía, cada vez con más claridad, que los mineros bolivianos encabezaban la lucha del pueblo, un elemento que sin duda estimuló la solidaridad con los familiares de los trabajadores muertos (y con aquéllos) y en la condena a la masacre de San Juan, ordenada por René Barrientos Ortuño —un general de aviación con cursos en la Escuela de las Américas o un centro de “asesinos”— y ejecutada por la bota militar, como se decía en ese tiempo.
Los acontecimientos que ocurrían en el país, la guerrilla como centro y la masacre de San Juan como uno de los componentes de esa situación política, allá en el oriente boliviano, y en Santa Cruz de la Sierra, en particular, nos planteó la necesidad de informarnos cotidianamente, sobre todo, por los medios impresos paceños: El Diario y Presencia; Los Tiempos de Cochabamba y muy poco mediante las radios. El Canal estatal de televisión no existía.
Tal era el atraso cruceño que las escasas noticias sobre la guerrilla en los modestos diarios lugareños, tenían como fuente, preferentemente, a Presencia, matutino que tenía un corresponsal de guerra en Ñancahuazú y los lugares más importantes en los que se desarrolló la guerrilla cheguevarista.
El dictador Barrientos Ortuño, antes de aquella masacre, ordenó el congelamiento de salarios en las minas, la ocupación militar de éstas y la represión militar y policial de los asalariados del subsuelo, con muertos, desaparecidos, heridos y presos políticos.
Por tanto, la masacre de San Juan fue un nuevo episodio, el más sangriento de ese tiempo. Y en Santa Cruz, un acontecimiento criminal desconocido, especialmente, para las nuevas generaciones.
En esas circunstancias, la solidaridad de los universitarios cruceños con los mineros y con los familiares de los muertos, así como la condena de la matanza fueron palabras y hechos que nos marcaron con fuego y un gesto humano que recogimos para toda la vida.
La Paz, 18 de junio de 2019.
*Periodista
[1]En el centro se movían los afiliados al Partido Demócrata Cristiano y los que en ese momento componían la Democracia Cristiana Revolucionaria.