Para la Diva de la rebeldía

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 diva arratia

Nina Cortez

Debo decir que decidí hacer este pequeño homenaje a Diva Arratia sin su consentimiento, porque considero que los homenajes hay que hacerlos en vida y no cuando ya ha dejado este mundo y porque la extrema humildad de Diva no permitiría que estas palabras salgan a la luz.

La conocí hace 18 años, cuando empecé mi búsqueda política en la Fundación Che Guevara, sí, cuando se cumplían 30 años de la muerte del Comandante Ernesto Che Guevara. Allí se agrupaban varias generaciones, desde los más jóvenes entre los que me encontraba yo, hasta las más serenas y estoicas, aquellas que sobrevivieron a la prisión, a la tortura y al exilio, entre ellas y ellos estaban Antonio Peredo (+), la recordada Mirna Del Río (+) y su querida prima Diva Arratia, ambas fueron dirigentes del magisterio antaño, allí donde para conquistar algún derecho había que enfrentar las balas que negaban la democracia. Allí escuchamos y aprendimos hermosas lecciones de lucha, rebeldía y resistencia de nuestras queridas compañeras.

Con los años fui siguiendo de lejos la lucha de Diva, la veía en reuniones, en marchas, en bloqueos, siempre lúcida y combativa, a pesar de los males que arriban con la edad. Fue hace unos tres años que decidí, junto a otra amiga, hacer un documental sobre la vida de Diva, pero esta intención fue interrumpida por nefastos motivos.

Varias fueron las sesiones que compartimos con Diva, quien todavía se mantenía activa en reuniones y cuanta actividad política había. Aquellas tardes eternas se quedaron en mi ajayu, me enamoraron tantas historias inolvidables, anclándome una vez más en el pasado y entendiendo que todos podemos decidir qué ideal de vida queremos seguir.

Imaginar a esa niña de seis años, escondida bajo la mesa de la sala, escuchar las reuniones de su padre y sus camaradas del PIR en Potosí; aquella adolescente que a sus 12 años cruzaba la ciudad militarizada llevando en su cuerpo bombas molotov para los militantes del PIR, de una sede a otra en pleno sexenio del silencio; esa joven que vivió el colgamiento de Villarroel donando sangre y recogiendo heridos. Conmoverme al escucharla relatar la persecución política que vivió desde sus 15 años por su actividad política al ser presidenta de la FES (Federación de Estudiantes de Secundaria) y por la militancia de sus padres piristas. Retroceder en el tiempo y mirarla junto a Coco e Inti Peredo, haciendo una hoz y un martillo en el mirador de Killi Killi, fundando la JCB y queriendo cambiar la historia.

Cuánto me emocioné al conocer su lado femenino, Diva combinando la maternidad y la militancia, de la guardería a la reunión, entre la clandestinidad y la ternura, madre y maestra rural allá en norte de Potosí, para luego convertirse en una de las más aguerridas dirigentes del magisterio urbano. Conmoverme hasta las lágrimas al escuchar sus relatos de persecución, prisión, tortura y exilio: esa vida que ha sentido en carne propia la violencia de la bota militar, que ha sido capaz de volver del más allá varias veces, como cuando cayó enferma con una parálisis de la mitad de su cuerpo, para luego volver y seguir combatiendo a la dictadura militar, desde su propia trinchera; fundando la UMBO (Unión de Mujeres de Bolivia), trabajando en la logística de una marcha de 40.000 campesinos, admirar su múltiples facetas en el partido, en el sindicato y en su propia organización.

Pero si hay algo que distingue a Diva de los demás sobrevivientes a las dictaduras, es su actitud inquieta ante la historia y las terribles secuelas que implica enfrentarse al poder y al sistema. Cada exilio, cada fuga fue una aventura y de las más intrépidas, no precisamente un martirio. Ese intenso amor por la vida y la justicia social probablemente han hecho que Diva siga viva entre nosotras y nosotros, haciendo de la coherencia, dignidad y lealtad su propia cotidianeidad.

¿Por cuántas organizaciones sociales y políticas habrá dejado Diva su semilla de rebeldía y resistencia? ¿Cuántas y cuántos habremos tenido y tenemos aún el gusto de llamarla compañera? No puedo responder sola estas preguntas, solo sé que aquel o aquella que esté leyendo esta nota, podrá responderlas sólo en parte.

Compañera Diva: cómo no recordarte en las jornadas de febrero negro y octubre rojo el 2003, subiendo y bajando de El Alto a pie, llevando y trayendo información que solo podía ser dicha en persona, coordinando la resistencia, haciéndole una afrenta a tu propia salud en defensa de ese bien común por el que varios murieron; cómo no evocarte en todas las reuniones donde se reivindica la defensa de los derechos humanos, en cada marcha que reclama  por nuestra vida y dignidad de mujeres. Si el tiempo pudiera hablar y contarnos ¿en cuántos pasajes de nuestra historia te ha visto combatiendo? ¿De cuántos procesos de cambio habrás sido su protagonista?

Qué paradójica y macabra es la vida en sus últimos años, me cuesta entender qué es lo que nos quiere decir la soledad y el olvido al final de nuestros días, ¿qué lecciones más hay que aprender? Imagino cuán duro debe ser haber luchado tanto por un ideal de justicia, verdad y solidaridad, contra la miseria, la opresión, la traición y el abuso de poder; sembrando revolución, dignidad y resistencia, sacrificando la vida y la familia en pos del gran día en que nuestros anhelos se hagan reales; tener que sobrevivir y ser testigo de este triste circo decadente.

Para ti querida Diva, una leve reseña de tu grandiosa vida, con todo el cariño y la admiración que siento al pensarte, recordarte y verte aún entre nosotros. Que tus historias sigan esparciéndose en el viento como semillas de rebeldía; que tu lucha y resistencia siga siendo nuestro ejemplo y no se quede en el olvido, un pequeño homenaje que te reivindique como matriarca de la libertad. ¡JALLALLA DIVA!