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Valieron la pena los rayados murales que hicimos en Vallegrande en apoyo al Che

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De sábado a sábado 354

 Remberto Cárdenas Morales*

Tomás Hervas, uno de los muralistas de brocha gorda e integrante de la Juventud Comunista de Bolivia (JCB-La Jota), al enterarse de que un escritor cubano los entrevistará a él y al dirigente de esa acción de solidaridad con la guerrilla del Che manifestó: “Valió la pena ese rayado”, en su Vallegrande natal, pueblo que fue ocupado entonces por militares de la VIII División del Ejército, de Santa Cruz; fuerza que se sumó a los uniformados del Batallón Pando III de Ingenieros, con su comando allí, y que apenas habían realizado un estudio inconcluso del proyecto de camino que debieron construir entre aquella capital de provincia y Lagunillas, otro lugar próximo a Ñancahuazú, escenario de la guerrilla.

Hervas, militante de la JCB y Alfonso Toledo (+), con la dirección de Adhemar Sandóval Osinaga, escribieron en los muros de Vallegrande (del estadio especialmente), entre otras leyendas: vivas a la guerrilla que estalló en Ñancahuazú, el 23 de marzo de 1967. Tomás fue informado de que Froilán González, en junio de 2016, los entrevistará para que cuenten los detalles de una acción militante en las condiciones de Bolivia y de Vallegrande de ese tiempo; material que se destinará a un video.

Aquel rayado mural fue conocido, especialmente en Santa Cruz. Sin embargo, se difundieron más el apresamiento y los ultrajes a los que fueron sometidos sus protagonistas, antes que esa acción: en ese momento había censura y sobre todo autocensura.

Fueron amenazados de muerte —sobre todo el principal dirigente de los estudiantes-trabajadores—, y mostrados rapados al estilo de los reclutas y descalzos, en la plaza del pueblo. Asimismo, como informó y comentó un diario cruceño, Adhemar Sandóval O., fue obligado a montar a un asno en suya cabalgadura le impusieron dar vueltas a la plaza principal de Vallegrande, al estilo de lo que se hacía en la colonia española, añadió esos días un diario de Santa Cruz.

Ese acontecimiento —que para algunos quizá sea irrelevante— el que escribe esta columna la contó a varios activistas de la solidaridad con Cuba y a pocos cubanos cuando se presentó la ocasión de hacerlo.

A funcionarios de la Embajada de Cuba y a médicos cubanos que trabajaban en Vallegrande y a decenas de otros que visitaron el lugar, les conté ese hecho en un acto de homenaje a los guerrilleros de Ñancahuazú y a su jefe político y militar. Ese relato tuvo lugar en la clausura de un congreso de activistas de la solidaridad con Cuba realizado en la capital provincial. Entonces no conocimos ni preguntas ni comentarios sobre la acción narrada.

Una biógrafa cubana del Che me pidió que le ayude a conseguir una entrevista con el Cardenal Terrazas, para hablar del Comandante de América, a lo que accedí con mucho gusto. Lo más importante de ese episodio fue que el religioso aceptó la entrevista, pero aclaró que él no estuvo en su pueblo natal cuando se desarrolló la guerrilla de 1967, pero que igualmente aceptaba la entrevista, la que se realizó. Con la biógrafa amiga recordamos que Terrazas en una homilía, en la Catedral de Santa Cruz de la Sierra dijo que el Che había muerto por sus ideas, y preguntó: ¿ahora quién está dispuesto a morir por sus ideas? Era el tiempo en el que gobernaban los neoliberales en el país. En esa ocasión, con aquella cubana hablé del rayado mural que motiva este otro comentario; sin embargo, de su parte no hubo más que la actitud del periodista que toma apuntes que utilizará para un trabajo posterior.

Los 30 años de la caída del Che se recordaron con múltiples actividades y delegados de varios países, especialmente muchos jóvenes. Entre ellos recordamos a los Sin Tierra, de Brasil; del Movimiento Revolucionario Manuel Rodríguez, de Chile; a grupos culturales de Europa; a la viuda de Mitterrand, de Francia; a cubanos llegados desde La Habana; a revolucionarios centroamericanos y mexicanos; a suramericanos de distintas organizaciones sindicales, políticas, juveniles; curas y monjas en ejercicio; militares y policías bolivianos jubilados. Hubo más visitantes de otras latitudes que de Vallegrande y que de Bolivia, lo que constatamos con organizadores de ese encuentro. En aquel pueblo, nunca antes y nunca después de 1997 hubo tantas almas en homenajes al Che y a los guerrilleros de Ñancahuazú.

La escasa asistencia de vallegrandinos y bolivianos a esas actividades recordatorias de los 30 años de la derrota militar y de la victoria política del Che y los guerrilleros bajo su dirección, le hizo decir a un corresponsal de la agencia de noticias AFP que esos días en La Higuera “parecía” que se repetía el foco guerrillero. Sólo que esa vez el escenario del “foco guerrillero” fue poblado por seguidores diversos del Comandante de América, le respondimos al colega que ya no está en nuestro país.

A. Sandóval O., el dirigente estudiantil y de la JCB, que dirigió el rayado mural que comentamos, en ese momento de los referidos homenajes, ejercía como Director de la Casa de Cultura de Vallegrande, dependiente de la Alcaldía Municipal del lugar. A él lo visitamos con un grupo de estudiantes de la carrera de Comunicación de la UMSA. Allí establecimos que A. Sandóval tuvo una participación menos que marginal en aquellas celebraciones y en ningún caso por culpa suya. Más aún, desde la oficina a su cargo se apoyaron actividades recordatorios de los 30 años del asesinato del Che. Sin embargo, Adhemar Sandóval Osinaga, no fue invitado para contar lo que fue aquel rayado mural de apoyo a la guerrilla que se recordó esas fechas. O se ignoraba o se callaba la acción solidaria de los estudiantes y militantes de la JCB de Vallegrande, me pregunté sin decirlo al salir de la Casa de la Cultura del pueblo de nuestros amores: nuestra patria chica como le llamábamos los amigos más próximos mientras vivíamos allá.

Hasta donde estamos informados A. Sandóval, que es historiador, prefirió no publicar nada concreto respecto del rayado mural, salvo una referencia genérica en una historia de Vallegrande de la que es autor. Sabemos que él ha escrito, al parecer un testimonio o una crónica, sobre aquella acción, texto que esperamos publicar en las páginas de Aquí. Todavía son un secreto esas confesiones, las que esperamos leer.

Tomás Hervas, para nosotros, otro de los héroes vivientes de esos difíciles tiempos de gesta, cuando leyó y/o vio una entrevistas de Paco Ignacio Taibo II con Carlos Soria Galvarro, de nuevo constató que nada se dijo o nada se reprodujo de la hazaña (quizá marginal) de la que él participó, pero para los vallegrandinos, estudiantes y jóvenes comunistas de hace 50 años, ese rayado mural tuvo y tiene una significación reconfortante.

Tenemos seguridad de que ninguno de los dos compañeros (Adhemar y Tomás), protagonistas de esos rayados murales de apoyo al Che y a los guerrilleros de Ñancahuazú, ni esperaron ni esperan homenajes y/o reconocimientos por su acción militante de la que otra vez escribimos. Aquélla incluso un largo tiempo hubo que callar, por eso mismo más de una vez hablamos de los rayados, menos de sus autores.

Esta nota tampoco tiene el propósito de contar y recontar ese acontecimiento como un testimonio de lo que hicieron estudiantes y jóvenes comunistas en respaldo a la guerrilla de Ñancahuazú, para contrarrestar el cuento que los comunistas bolivianos traicionaron al Che y otras afirmaciones de esa laya.

El propósito inmediato de éstas notas es más modesto: periodístico ante todo, de modo que sirvan para que se complete la historia de aquella guerrilla y de las circunstancias. Nada más.

Asimismo, que los protagonistas de esos rayados y quienes los respaldaron desde las sombras —que también pertenecieron a la JCB y a la Federación de Estudiantes de Secundaria de ese tiempo—, al menos sean tomados en cuenta por lo que hicieron y callaron tantos años.

Otros comunistas bolivianos (mujeres y hombres) han muerto sin haber contado su participación en las instancias de la guerrilla de la que participaron, en tramos distintos, como cuando alojaron a un combatiente guerrillero del que no conocieron ni su nombre ni al que le preguntaron su destino.

Nuestros muralistas de brocha gorda merecen que sepamos lo que ellos realizaron por la guerrilla del Che, lo que otros estuvieron impedidos de hacer o no se animaron.

Nosotros seguimos con esos muralistas de brocha gorda que, en Vallegrande y en los muros, vivaron a los guerrilleros de Ñancahuazú y a su comandante supremo, sin la confirmación plena de que era Che. 

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