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Un niño llamado Alexander y un cuento de horror

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Urupesa urbana

Maggy Talavera

martes, 25 de noviembre de 2014

Alexander tenía sólo ocho meses, pero su vida ya era testimonio de un drama en el que se acumularon décadas de tortura e injusticias. Un testimonio de vida que no tuvo alivio ni siquiera en la hora de su muerte. Abandonado por sus padres alcohólicos en un hogar de niños dependiente de la Gobernación paceña, tuvo que disputar con otros 104 niños —sin saber cómo— la atención de los funcionarios del lugar.

Duró poco allí, menos de tres meses. Alguien de carne y hueso (y sin corazón) osó profanar lo único de sagrado que le restaba, su inocencia, y lo llevó a morir en agonía.

El horror no acabó en la muerte brutal de Alexander. Lo que vino después fue también de terror: sobre su cuerpecito agonizante, un elenco variopinto montó un espectáculo macabro que hasta ahora no tiene fin y del cual aún no se conoce el autor, director y actor principal.

Tanta confusión y versiones contrapuestas sólo conducen a una certera conclusión: quieren enterrar la verdad de los hechos y dejar en la impunidad a uno de los principales responsables de la agonía y muerte de Alexander. Total —deben pensar— el que ha muerto es "un nadie”… ya se olvidarán todos luego de él.

Mucho me temo que ese olvido llegará pronto y nadie se acordará de Alexander, como ha sucedido ya con miles de otras víctimas de la violencia en hogares tradicionales o en los de acogida, e incluyo aquí no sólo a los niños y adolescentes, sino también a las mujeres vejadas hasta la muerte. 

Uno todas estas muertes violentas porque tienen un factor en común, lamentablemente soslayado en las investigaciones o narrativas que se elaboran sobre esas: el agresor, en su mayoría un hombre cercano a las víctimas. Se evita, así, un de tema de fondo: ¿Qué está pasando con la sexualidad masculina?

Hago esta pregunta motivada por las reflexiones de Elizabeth Machicao, dichas en el programa radial de SemanarioUno en Marítima. Al hablar del drama de Alexander fue inevitable ahondar en la violencia cada vez más brutal que se registra en nuestro país, y la interrogante inevitable fue ¿por qué?, ¿qué está pasando con los hombres y su sexualidad?, ¿por qué les resulta difícil tener relaciones sanas y sin violencia? 

No se necesita ser docta en ninguna ciencia, sino apenas tener sentido común para saber que no está bien que un adulto quiera tener sexo con un bebé de pecho o que sólo sienta placer torturando hasta la muerte a sus parejas o extraños. El énfasis está puesto en los hombres y no en la mujeres, por lo ya dicho: los casos de violencia sexual, muchos de ellos seguidos de muerte, son protagonizados en su gran mayoría por hombres. Y son hombres, también en mayoría, los que juzgan estos hechos.

Otra reflexión sobre el drama de Alexander y que urge ser compartida es la hecha por Guillermo Dávalos acerca de los llamados "hogares de niños”, a los que él señala más bien como "depósitos de niños”. En verdad, de "hogar” tienen poco o nada, y su forma de existir y actuar está lejos de garantizar uno de los derechos fundamentales de niños y adolescentes, como es el de tener una familia. 

Es hora, dice él y coincido yo, de dejar atrás este modelo, que en lo único que ha mostrado ser eficaz es en consolidar la pérdida del derecho a la familia que les asiste sólo en papel a miles de niños y niñas.

La de Guillermo es una propuesta perfectamente factible para un Estado (si acaso hay, susurra él) que goza de muy buenos ingresos y que se jacta de promover un "proceso de cambio”. Un cambio real, en este tema, sería consolidar un programa de acogida de niños, niñas y adolescentes en hogares de verdad, que contemple además como tarea principal el apoyo a las familias en riesgos (como la de Alexander, por ejemplo).  

Ojalá el debate gane cuerpo y cordura, antes que se reediten más cuentos de terror como el que comenzó a narrarse en un "depósito de niños” en La Paz y que aun no tiene fin.

Ojalá el debate gane cuerpo y cordura, antes que se reediten más cuentos de terror como el que comenzó a narrarse en un "depósito de niños”.

Maggy Talavera  es periodista y directora de SemanarioUno.

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