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Medio ambiente comida de indios, modernidad comida de gente

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Por Katherine Fernández

La Paz-Bolivia

Junio 2014

Por lo general el medio ambiente es entendido como todo lo que nos rodea, lo que está ahí afuera, en el exterior. Por eso no nos preocupa semejante crisis ambiental, porque la concebimos como algo externo. Sin embargo, el medio ambiente está integrado también por nuestros cuerpos, por cada una de sus células, así que somos él y hoy estamos contaminados incluso desde antes de nacer.

A pesar de la contundente alerta científica, hemos caído en la paradoja de que la crisis ambiental nos parezca algo muy natural, eso con lo que hay que vivir y que tienen que solucionar los científicos para los afectados que, según nosotros, son los indios; los campesinos, palabra que viene del campo; los salvajes, palabra que viene de selva; frecuentemente confundidos con los subdesarrollados, palabra que viene de la geopolítica estadounidense para ubicar a los pobres; palabra que viene de paupe (poco) y que no se puede aplicar ni a selva ni a campo, porque ahí hay todo.

Durante mucho tiempo el racismo nos hizo, o nos sigue haciendo despreciar todo lo que no viniera  del desarrollo, del área vip del mundo exterior, de afuera, porque adentro todo está mal, empezando por la comida.

El caso de la quinua es interesante en Bolivia, ahorita existe un precio alto determinado por el mercado exterior, no por decisión gubernamental ni social aquí en el país, sino extranjeras, de afuera, dijeron que es el grano de oro y ahora nosotros también lo decimos; afuera lo comieron los astronautas y ahora sabemos que esa comida de indios, ordinaria, impensable para cenas elegantes, ni matrimonios, ni prestes, había sido de oro y ahora es nuestra carta de presentación para el turista o el discurso político en Naciones Unidas. Fenómenos como éste les ocurre a todos los países del sur planetario, como le pasó también a México con sus maíces, porque en el norte era mejor y, sin embargo, transgénico monocultivado, se metió en las entrañas mismas de la tradición gastronómica azteca más imponente y la sometió a sus precios controlados.

Igualito pasa con el medio ambiente, mientras la tele no diga lo grave de la situación auspiciada por gaseosas, fritos y aceites, la gente continuará burlándose de quienes desean construir sus casas nuevas de adobe; los que clasifican su basura por compromiso y le devuelven lo orgánico al planeta en sus jardines o en cualquier espacio de tierra que todavía quede en la calle; los que rechazan gaseosas por salud; los que evitan comida industrializada para no entrar en la fila del suicidio colectivo: que es la misma del estatus social moderno, del desbalance de azúcar en la sangre, la sudoración innecesaria y la dosis de grasa en la nueva estadística nacional del infarto juvenil de miocardio.

Los movimientos de gente medianamente sana que quiere vivir y no solo sobrevivir, son los actuales hipis molestos y despreciables, tanto como los indios. Hoy las corporaciones y los bancos que reciclan, limpian y comen zanahorias crudas frente a las pantallas de publicidad, reciclan las mismas frases de esos movimientos ambientalistas, vegetarianos y antiplástico, las vuelven etiqueta certificable para cumplir con sus responsabilidades sociales que pagan la parte más costosa de su inversión social al segundo televisivo y a las modelos que posan en sus eventos de caridad para descargarse la contaminación de sus espaldas y seguir produciendo cemento, cosméticos metalizados, papas fritas, vitaminas saborizadas, políticas desechables, personas armadas, agua embotellada...

Así el mercado convierte al medio ambiente en otra mercancía barata, envasada en camisetas verdes de fibra dermotóxica dentro de las cuales nos sofocamos discursando sobre la nueva izquierda verde, pero que inhibe nuestra voluntad de cambiar alimentación y bebidas carbonatadas, no importa si tenemos en casa un niño gordito que no puede ni correr o una adolescente de 12 años que luce como de 17 por el crecimiento prematuro y desordenado que desencadenan los filetes de engorde acelerado del ganado moderno.

Entender las obligaciones ambientales provoca pereza:

  1. Comer bien para que nuestro cuerpo no transforme las toxinas en más toxinas que afectan a todas las personas que nos rodean.
  2. No producir basura, sino residuos reutilizables.
  3. Devolver a la tierra todo lo orgánico.
  4. No usar papel que no sea reciclado.
  5. Mantener el agua limpia.
  6. Elaborar detergentes orgánicos.
  7. No usar cosméticos o desodorantes con base de metal.
  8. Elegir solo ropa de algodón y zapatos de material poroso que deje entrar el aire.
  9. No emitir humos.
  10. Cultivar por los menos dos alimentos en la casa, aunque sea en macetas.
  11. Dudar de la oferta alimentaria de la publicidad masiva.
  12. Y lo más desafiante, casi imposible: conocer la composición de nuestra comida, primaria o transformada.

La lista continúa pero se resume en revisar la modernidad de transformación acelerada, cuestionar la masificación de unidades de consumo de marca. Al final, no son las industrias solitas las que “nos suicidan”, somos los consumidores que preferimos libremente las cosas, confiando en la oferta moderna certificada por los medios de difusión.

Cada día un latinoamericano que gana de 500 dólares al mes para arriba, gasta la mitad en alimentación no orgánica, en este dato se incluyen también quienes viven en el campo, aquellas familias agricultoras que venden lo mejor de su producción para comprar comida industrializada y así asemejarse lo más posible a un citadino. Los pueblitos más recónditos del continente están copados de gaseosas en sus pequeñas tiendas,  donde llega el camioncito semanal infaltable estampado con su enorme logo desarrollado, superando cualquier obstáculo, como roedor de conciencia en cualquier montaña o selva, donde el gobierno pretexta que no pudo llegar por falta de vías con la dotación mínima de medicinas, lápices, libros y vacunas.

Ninguna marcha, protesta social, bloqueo ni consigna tendrá validez alguna si no dejamos de consumir modas, a no ser que nosotros pongamos de moda la vida, si lo hacen el mercado y la industria, estamos perdidos otra vez. No esperemos leyes que prohíban cosas, o que cobren multas, las leyes están ahí y no las cumplimos, sólo obedecemos lo que dice la publicidad de las pantallas.

En 15 años los glaciares tropicales se habrán derretido, falta sólo el 50%, eso lo sabemos todos y lo seguimos derritiendo con cada bocado de pollo frito que comemos, porque ha ocasionado la ampliación de frontera agrícola en millones de hectáreas, con fuegos intensos para quemar bosque y habilitar tierras de cultivo de grano transgénico para alimentar aves y sacar el aceite que las fríe.

Sabiendo que toda la modernidad que nos gusta podría ser orgánica, no se le pide a nadie que ha luchado para ser moderno, que deje sus comodidades y placeres cuando todos éstos pueden ser igualmente orgánicos, de bajo consumo de energía, durables no desechables y biodegradables, pueden conservar todo su sabor a golosina, sin necesidad de ser cancerígenos, pueden ser ilimitadamente frescos y naturales si así lo exigimos.

Y, finalmente, podemos ser todo lo bellos y longevos que queramos, si nuestra inteligencia deja de someterse a la intelectualidad mercancía de títulos para todo que no logran ganar la guerra contra nosotros mismos, que es la principal guerra declarada por la naturaleza a partir de nuestros propios cuerpos. Si examina cada uno a su familia, todos han perdido a alguien por afecciones de la modernidad. Sin embargo, lo bueno es que la podemos convertir en ecomodernidad o biomodernidad, lo que se quiera, con tal de recuperarla como valor humano. Así que es decisión de la gente, no de las superestructuras que hemos creado, donde el mercado depredante está en la cúspide de todas.

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